lunes, 6 de julio de 2015

Sueños de vencedora vencida

Las sábanas han dejado de ser su refugio, han pasado a ser otras cuerdas que la atrapan. Sus noches han pasado de ser reparadoras a ser de insomnio. Los monstruos de debajo de sus cama han pasado a estar en su cabeza. La acompañan las veinticuatro horas que tiene el día para que no se sienta sola, para que no crea que nadie la aprecia ni le habla. 
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Sus voces retumban dentro del cráneo. No le dan un segundo de descanso, para que no tenga tiempo de cuestionarse si hace las cosas bien o mal, para que no dude de las órdenes que le dan los pequeños monstruos.

Poco a poco la van consumiendo, la dejan sin la energía de la que antes presumía, la alejan de aquello que más le gustaba. Se siente derrotada, pero no se quiere ver como una perdedora, por eso sigue intentando superar los días como si los bajones no existieran. 
Ella es dueña de su vida, o eso cree, toma sus decisiones y es libre de hacer lo que quiera, de vestir como le de la gana, de comer lo que le apetezca y besar a quien le venga en gusto.
No puede estar más equivocada. Se aísla de la realidad, come pedacitos de los pedacitos que le ofrecen, cada vez compra ropa más ancha para ocultar los defectos que antes no sabía que tenía, no deja que nadie se acerque y mucho menos que descubran lo que su corazón alberga.
No se siente triste, pero no acaba de estar bien. Se aferra cada vez más a las vidas alternativas que le proporcionan las páginas polvorientas de su biblioteca. Empieza a ocupar su tiempo con minimices que le ocupan el tiempo y le distraen la mente.
Cada vez odia más la sociedad, sin pensar que ella forma parte, con sus falsos complejos, con sus atrevidas miradas a aquel que se muestra desafiante, con sus sonrisas cordiales y sus palabras amables.
Se encuentra con amigos desconocidos y se pregunta qué es lo que le está pasando. Su mirada se apaga y sus dolores de cabeza se vuelven permanentes. Baila cuando cree que nadie la mira y se descontrola al ritmo del sonido que sale por los altavoces, disfruta de cada segundo de la música y la siente bajo la piel.
Ella se mira en el espejo y solo ve defectos, no se fija en que cualquiera caería rendido ante sus hoyuelos y sus difuminadas pecas. Que su pelirrojo rizado es el sitio perfecto para esconderse de la realidad.
Realidad atormentada. Realidad cruel que le impide desentelar los ojos por mucho que los abra o los lave con agua. Realidad disimulada.
Lo que ella cree como real está dominado por sus sombras, por sus miedos. No piensa rendirse. No quiere hacerlo. Pero poco a poco se va apagando, se va perdiendo en la oscuridad. Hasta que no queda nada de ella, solo su cuerpo. No su persona, hace tiempo que su persona ya no.