martes, 10 de noviembre de 2015

De desastres y otros amores...

He intentado vivir sin las palabras en el papel, pero tengo que dejar que mis heridas sangren, que la estaca que tengo en el corazón salga y me deje volver a respirar con los pulmones llenos de sonrisas rotas. Hace tiempo me vendé los ojos porque no quería ver y, ahora que se ha caído la gasa, me estremezco al ver que este mundo nos enseña para tener éxito educándonos cómo desastres.
Porque, a nuestra manera, todos somos un poco desastres. Podemos ser el desastre que pone la vida de alguien patas arriba, porque eso es un desastre, pero puede llegar a ser tan bonito como un beso iluminado por la pálida tez de la luna.
Pero también hay desastres que a su paso solo dejan agujeros negros de esos que absorben toda la energía y te dejan sin sueños.
Y luego está la gente que, como yo, llegamos a destruir tanto con solo imaginar un futuro mejor que pensamos que si nos cortarán las manos ayudaríamos a la humanidad. Sin saber si hay más personas que se sientan un desastre andante.
Una piedra en el zapato, un ardor en el pecho, una llaga en la boca, un sonido estridente a medianoche. Todo eso soy yo. Sin elegirlo he acabado siendo el chicle que se pega en la suela de zapato de todo el que pasa por encima de mí. Me ofrecen el arma de fuego en pequeñas dosis matándome porque no me mata. Sueño con volar sin saber si tengo alas, porque salto. Salto porque el pecho me estalla en cada latido.