No eran las palabras que decía lo que te encandilaba, ni
siquiera esos perfectos y carnosos labios. Era la curiosa forma que tenía de
pronunciar sílaba a sílaba cada palabra, haciendo que pareciera más hermosa y
sin significado.
No eran sus ojos del color de la miel lo que te hacía
enloquecer, ni siquiera eran esas miradas capaces de dejarte sin respiración.
Era ese parpadeo frenético que podría haber causado un tsunami al otro lado del
mundo.
No era su falda ceñida y corta lo que te perturbaba, ni
siquiera eran todas las curvas marcadas de su esbeltica figura. Eran sus
movimientos ágiles y sigilosos que la hacían ser la más notoria entre todas las
estrellas.
No eran sus marcadas ideas las que te chiflaban al oírla
hablar, ni siquiera eran sus argumentos que te hacían perder la razón aun
teniéndola. Era la poesía que pronunciaba sin ser primavera, sin métrica o
rima.
No eran los delicados movimientos de su cadera al andar los
que te trastocaban, ni siquiera esos bailecitos que hacía en su habitación
cuando creía que nadie la miraba. Eran los hoyuelos que se le formaban cada vez
que se olvidaba de todo y reía.