miércoles, 15 de mayo de 2019

Mil noches en vela


No eran las palabras que decía lo que te encandilaba, ni siquiera esos perfectos y carnosos labios. Era la curiosa forma que tenía de pronunciar sílaba a sílaba cada palabra, haciendo que pareciera más hermosa y sin significado.

No eran sus ojos del color de la miel lo que te hacía enloquecer, ni siquiera eran esas miradas capaces de dejarte sin respiración. Era ese parpadeo frenético que podría haber causado un tsunami al otro lado del mundo.

No era su falda ceñida y corta lo que te perturbaba, ni siquiera eran todas las curvas marcadas de su esbeltica figura. Eran sus movimientos ágiles y sigilosos que la hacían ser la más notoria entre todas las estrellas.

No eran sus marcadas ideas las que te chiflaban al oírla hablar, ni siquiera eran sus argumentos que te hacían perder la razón aun teniéndola. Era la poesía que pronunciaba sin ser primavera, sin métrica o rima.

No eran los delicados movimientos de su cadera al andar los que te trastocaban, ni siquiera esos bailecitos que hacía en su habitación cuando creía que nadie la miraba. Eran los hoyuelos que se le formaban cada vez que se olvidaba de todo y reía.

No eran sus suaves manos las que te hacían delirar, ni siquiera sus uñas coloridas que variaban constantemente. Eran sus difíciles caricias, el tacto de su piel en contacto con la tuya, el suspiro más profundo.